La cara de Nelson Castro en el entredicho que protagonizó
con Diego Peretti en la mesa de la Dueña parecía el de una laucha a punto del
soponcio. Demudado escuchaba como el actor, que además es médico siquiatra, lo
demolió hasta hacerlo añicos. Falto de reflejos, esbozando una sonrisa nerviosa,
enmudeció. Parecía no creer lo que oía y hasta pareció sentirse rozado con el
comentario de Peretti sobre políticos, actores y periodistas sicópatas. Dio
pena.
Después de su rutilante salida en la pantalla del Grupo y su determinista diagnóstico sobre la salud
presidencial y la boludez traída de los pelos que llamó “hubris” y no se sabe
que otra huevada más; comenzó a recibir desde llamados de atención ética
profesional hasta descalificaciones obvias por el bajo nivel de sus apreciaciones.
Entonces comenzó a recoger la piola. No aclares que oscurece es un sabio dicho,
aplicable totalmente al refritador de historias clínicas presidenciales.
Don o Doña Nelson
tiene todo el aspecto de un neurótico. Una vieja obsesiva. Una señorona
aplicada que debe creer que sabe más que nadie pero en definitiva es una pobre loca boluda. Una maricona típica
atormentada por su homosexualidad reprimida.
Un diván por ahí.
El futuro de Castro es el Borda.
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